MONOPOLIOS
De aquel acto transgresor, tan visceralmente tuyo, descubrí que la poesía se podía escribir con el cuerpo. Sucedió desde el momento en que decidí capturar en código encomiástico ese instante táctil, inesperado y oblicuo. En mis reiterados intentos por ajusticiar la indiferencia elogiando los rasgos ignorados, tu figura, en el destiempo de nuestro encuentro, se volvió la causa monopólica de dos impulsos que en simultáneo se imbrican, que dotan de sentido mi cotidianidad tras lustro y medio: el impulso creativo y el lascivo. Movido por estos, casi a diario, en código poético trato de encriptar las potencialidades lujuriosas que devienen en madrugadas insómnicas, en mañanas costeras, en lunes tediosos, en domingos serenos. Instancias todas en que mi cuerpo se hace uno con la Poesía. En su fusión, germina el metaverso que transmuta lo existente en tu omnisciente presencia. El aire caliente del verano se vuelve tu aliento ansioso, el que se filtra lento entre mis labios. El sol entrante o saliente se vuelve tu siempre otoñal mirada avellana. El silicio del ventanal se vuelve tu inquieta transparencia. Las rebuscadas formas del techo se vuelven los rasgos simétricos de tu rostro. La masa confortable de mi almohada se vuelve la carne de los pechos que se posaron sobre mí el mediodía del ritual. La sábana en la que se enreda mi cuerpo desnudo, silénico, se vuelve tu suave piel salada.
En tiempos que no domino, la transmutación metavérsica se hace también con mi cuerpo. Mis manos se vuelven tus manos, en recorridos secretos, interminables, sinuosos. Mis manos se vuelven todas las cavidades húmedas de tu exquisito cuerpo, el que experimento en la articulación deleitante de mis cinco sentidos. En la experiencia descubro que el gusto, el olfato y el tacto no son los mismos cuando mi lengua y lo más sensible de mi carne hacen iteradas escalas del paladar a tu sexo, de tu sexo a tu zona virginal. En la asimetría de tus gestos corporales y en la disonancia de tus gemidos gastados compruebo la heterogeneidad de tu respuesta sensorial ante mis sucesivas incursiones penetrantes. En la sobredosis sensorial, tu ansiedad orgásmica se vuelve mi ansiedad en movimientos salvajes. Con uñas nos aferramos en un abrazo atrapante, el que fulmina la distancia temporal de nuestros cuerpos. A dentelladas recorremos lo tangible del otro, tragándonos hasta la última gota secretada, el último hálito espirado. Así, nos vamos transmutando en una única figura lujuriosa, transgresora, siempre cambiante. Ambos nos transmutamos en las potencialidades que monopolicamente renuevan el estímulo, los escenarios, los actos, el destiempo, los sueños, los insomnios, la sinergia, el desvío, el encomio… Ambos nos transmutamos en el verso que emerge súbitamente cada vez.